Huglimar Sánchez
Las 12:30pm, ¡al fin suena el timbre de la salida! Me hallaba ansiosa por salir del colegio e irme a mi casa, donde me esperaba un rico almuerzo y donde podría llegar a descansar después de una cansada mañana de clases. ¡Vámonos! Dijo mi amiga, quien tenía una expresión de alegría en su rostro, pues al igual que yo deseaba poder marcharse hacia su hogar.
El reloj marcó las 12:35pm y ya dispuestas a salir nos acercamos al portón; de repente la sonrisa plasmada en los rostros de ambas desapareció al darnos cuenta que encima se venía una estampida humana, por lo que huimos para no ser alcanzadas por las innumerables bombas con agua que se dirigían hacia nosotras.
“De nuevo las bombas” gritaba una chica de estatura baja y cabello largo, quien con estas palabras alarmó a todos; en su mayoría a las mujeres, las cuales no estaban dispuestas a arriesgar el planchado de su cabellos. Me sentía aturdida, no sabía qué hacer o hacia dónde dirigirme, pues a cualquier sitio que miraba solo veía gente corriendo y gritando. De algo estaba segura, no quería quedar mojada y no me atenía a la idea de meterme entre la multitud porque sabía que podía salir lastimada.
La mirada de quienes esperaban afuera, amenazando con las bombas, era como la de un caimán cuando espía a su presa para luego poder comérsela.
Luego de un rato, mi amiga y yo logramos salir ilesas de esa estampida y aunque algunas bombas lograban rodearnos no pudieron alcanzarnos.
¿Qué sentido tiene esto? Pensé. Es absurdo lo que tenemos que vivir a diario para poder llegar sanos y secos a nuestros hogares. ¿Acaso no merecemos respecto como cualquier otra persona? Pero siempre es igual, nadie presta solución a esto. ¿Por qué no tener conciencia y pensar que en esos “juegos” se está desperdiciando un recurso tan valioso como el agua? De verdad que son puntos que no se toman en cuenta y se han ignorado por completo.